EL VICIO IMPUNE DE LA LECTURA
Por: Raúl Miranda Condori
Narrar los acontecimientos de la vida, la infancia vehemente; las gentes, los años, los lugares, los sentimientos y las nostalgias. Es recrear con verdad perdurable. Todo acto de escribir es la tarea más difícil y al mismo tiempo más reconfortante, pero sin caer en la complacencia narcisista.
Tal ves en ese vicio impune, podamos encontrar el paraíso perdido de la infancia donde jamás volverá esas vivencias únicas e incompartibles.
Sólo el poeta y escritor tiene la capacidad de reinventarla esa delgada materia que se teje la memoria de los primeros años de la vida, haciéndolos así posibles a ser gozados, lamentados y sentidos por sus lectores como si fueran propios.
Algunos nombres que recuerdo curiosamente alcanzaron ese raro milagro: Mario Vargas llosa en su recuerdo de la adolescencia La ciudad y los perros, primero en la escala de mi preferencia; Flaubert en su Madame Bovary uno de los libros más bellos; José María Arguedas en Los ríos profundos; Gabriel García Márquez en su mítico mundo Cien años de soledad ; Gamaliel Churata en El Pez de oro, complejo, mítico y esotérico y, desde luego Juan Torres Gárate en su recuerdo de la juventud picara y erótica Gilda.
Ese vicio impune exige meditación pero también arduo trabajo, y sobre todo un constante diálogo con los clásicos son los libros que jamás pasaran de moda y seguirán adaptándose; radio novelas, teatro, cine, cuentacuentos, etc. Son como los propios demonios y con los ajenos que cohabitan en los hondos abismos y los fragorosos socavones ahí donde está el secreto y el placer de la lectura.
Para quien vive la lectura de una manera totalizadora y entrañable con sus autores, siempre es una esquina decisiva, un crucero fatal que ha de cambiar la vida y marcarnos para siempre. Todo ello depende de los secretos hilos que mueven nuestro destino, nuestro sueño, nuestros temores y nuestros terrores. Son los mismos al autor que nos deslumbra en el placer de la lectura.
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